La escena tiene lugar en el interior de un restaurante chino (El rey de tallarines, detrás de Pza España - Madrid, muy recomendable). Hay una cola de 12 personas esperando para sentarse a comer. Una de las mesas parece haber acabado y pide la cuenta. Cuando esta llega, los comensales comienzan a hacer las cuentas. Son tres, la división no debería plantear mayores problemas. Sin embargo las cuentas no salen. Uno de ellos sonríe y se apresta a ofrecer la solución. ¿Lapiz y papel? ¿sacará una tarjeta para invitar a sus amigos? ¿un ábaco, quizás? Pues no: va el caballero y echa mano de una reluciente PDA. Incluso con ella tardan un minuto en acordar lo que debe pagar cada uno. Seguro que el chino aguantaba la risa como podía.
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