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Densidad un tanto excesiva, pérdida del estribillo pop y un ansia desmedida por sonar duro y complejo serían los principales defectos de este disco, que pierde algo de la gracia que enganchaba de su predecesor y no ha sabido compensarlo con un sonido más maduro. Alguna crítica apunta a que su líder, Kele Okereke, se ha empachado tratando de convertir el grupo en la versión británica de TV on the Radio. Puede que sea cierto, pero también hay un simple problema de espíritu: En el debut la fiereza casaba de mil maravillas con las melodías pop. Aquí no hay contrapunto.
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Pero la marca de la casa sigue clara con esos crescendos inflamados, las estructuras en forma de montaña rusa y las cabalgadas rítmicas de 'No cars go' o 'The Well And The Lighthouse'. Baja el porcentaje de estribillos a recordar pero crece su versatilidad como compositores.
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La producción de relumbrón (el amigo Dave Friedmann) se reconoce por esas percusiones que son como un martillo envuelto en terciopelo y por la mayor presencia del piano. Dejando a un lado la sorpresa del sonido, el disco resulta un buen trabajo con menos gancho melódico del esperable y un tanto inconexo por momentos.