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Low y Bill Callahan: todo sigue igual

Siempre ha habido artistas que eran como islas en sí mismos. No se parecen a nadie y nadie se parece a ellos. De Charles Mingus a Robert Wyatt pasando por Camela.

También les ocurre a los estadounidenses Low (desde siempre) y a su compatriota Bill Callahan (especialmente en los últimos 8 años). Con ellos parece más cierto aquello de No news, good news.

Low: Drums and guns. Después de un álbum en el que el pop y el rock de guitarras daban otro aire y más luz a su música de secretos y ambientes (tampoco es que sirviera para un güateque) el ritmo vuelve a relajarse y la tristeza nocturna vuelve a invadir uno de sus mejores trabajos, sino el mejor. Pero algo ha quedado de aquel The great destroyer de hace dos años. Una es el productor: Si en el mundo de la música hubiera una versión mínimamente decente de los Oscar estoy convencido de que Dave Fridmann llevaría diez años siendo nominado de forma ininterrumpida. Aquí introduce fondos electrónicos, pequeñas melodías que vienen y se van y extraños ritmos discretos y minimales. El resultado es un marco y un lienzo en el que las plegarias de Low suenan claras y hermosas. Un regalo triste, pero un regalo.

Bill Callahan: Woke on a whaleheart. Uno se imagina al hombre antes conocido como Smog levantándose por la mañana, haciendo unas tortitas para desayunar y componiendo una canción mientras se hace el café. Cuando ella (actualmente Joanna Newsom) se levanta la colma de atenciones y deja para más tarde la música. Un buen día recupera todos sus ensayos y decide llevarlos al estudio. Como han quedado todos a medias y tiene que grabarlos de una tacada su voz acaba pareciendo idéntica en cada canción. Otro día se vuelve a poner con la instrumentación y se lleva a unos amigos (birra en mano) para que pongan unos coros y se pasa un buen rato. Lo empaqueta todo y hasta la próxima. Da la sensación de que no le cuesta el menor esfuerzo escribir e interpretar estas canciones. Todo es bueno. Entre lo sobresaliente 'Diamond Dancer', Sycamore' y 'A Man Needs A Woman Or A Man To Be A Man'. Soul, pop y country (en 'The Weel' parece Johnny Cash).

Xx

Más discos (2)

A River Ain't Too Much to Love, de Smog. A veces Bill Callahan sube un poquillo el ritmo, otras arrastra más la voz. Pero el hombre conocido como Smog acaba haciendo siempre discos similares, que no iguales o repetidos. Cada uno de sus trabajos son como un capítulo de la misma novela (sonora y literaria). Cálido, sabio y emocionante, Callahan vuelve a triunfar con la mayor naturalidad. Es uno de los grandes cantautores (o trovadores o como se quiera decir) de los últimos diez años. Y siempre acierta.

Anniemal, de Annie. Publicado el año pasado por la independiente 679, parece que ha sido en 2005 cuando el disco (merced a las buenas críticas) ha comenzado a sonar y disfrutar de una mayor difusión. El techno-pop ochentero de Annie busca y encuentra el hit perfecto. En su caso, los mejores resultados responden a los títulos de 'Heartbeat' y 'Chewing gum'. Pero, a diferencia de otros discos construidos para divas pop (como el Fever de Kylie Minogue), aquí todos los temas valen la pena.

Chavez Ravine, de Ry Cooder. Extraordinario disco firmado en solitario por Cooder. Se trata de un trabajo que gira en torno a uno de los barrios chicanos de Los Angeles, Chavez Ravine. Siguiendo el concepto de disco plural que empleó como productor en Buena Vista Social Club, todo vuelve a sobresalir, como los elementos de una buena película. Desde la calidez de '3rd base, dodger stadium' al latin blues de '3 cool cats'. A esto se le llama madurez.

Picaresque, de The Decemberists. El pop como escenario de teatro. Trajes de época y narraciones con aroma a barco pirata y literatura. Estos son los elementos con los que el grupo monta su tercer disco, que suma y sigue los aciertos de sus antecesores. The Decemberists entregan crescendos de guitarra, piano y cuerdas al trote para acompañar a una de las voces más entregadas de la música estadounidense actual, la de Colin Meloy. Encantadores, e incluso arrebatadores.