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Tailandia - Laos: día 13

Tenía muchos planes para Chinatown, pero mi estómago y mi cansancio dicen 'no'. Además, es todo un placer pasar el día en casa en compañía de Lady M. Doy un mini-paseo por su zona (Ari) y me sorprendo al ver la cantidad de restaurantes japoneses que hay en una pequeña zona comercial cerca del piso. De alguna forma, tanto la posición económica de Tailandia como la querencia de los productos tecnológicos y la preocupación por la moda, colocan a los tailandeses (sobre todo a las tailandesas) como una especie de fans copiones de los japoneses. Incluso el incipiente pop tailandés (muyyyyy azucarado) tiene mucho que ver con el J-pop.

Salimos de casa para comer, en un sitio delicioso de fidéos ramen en Japantown (ya puestos). Vamos a varias tienditas (japonesas y coreanas) de decoración y cosas varias para la casa y descansamos en un pequeño pero muy cuco parque (Benchasiri).

Luego nos encontramos con fuerzas para visitar un nuevo centro comercial temático (Terminal 21), que dedica cada piso a una ciudad distinta (bueno, San Francisco tiene dos pisos de restaurantes). No se trata, como podría parecer, de que en cada piso tengan tiendas del lugar o relacionadas, sino simplemente de decorar cada piso con motivos que recuerden a la ciudad en cuestión. No tenía mucha gracia, la verdad.

De vuelta a casa Lady M. insiste en que ningún viaje a Bangkok está completo (como si el mío estuviese a punto de estarlo) sin un paseo en moto-taxi: un motorista que te lleva de paquete de un barrio a otro, para trayectos un poco largos como para hacerlos a pie pero no tan largos como para que valga la pena pillar un taxi o el metro. Pese a todos mis temores, el conductor es más bien prudente y no acabo en el suelo (que nadie piense que esta gente lleva casco, ni para ellos).

Cierro las maletas y me vuelvo al aeropuerto, donde algún famoso local hace acto de presencia, ya que se empiezan a escuchar grititos histéricos de fan, y me dispongo a hacer un viaje nocturno de trece horas y media en las que duermo prácticamente de un tirón.

Tras recoger el equipaje en Barajas salgo a por el bus y el frío me recuerda que he cambiado de continente y de climatología.

Al rato empieza a ser un poco como si no me hubiese ido nunca, pero sé que en unos días (o meses) empezarán a volver a mi cabeza las imágenes, sonidos y olores de los mercados de comida callejeros, de los templos y del barco sobre el Mekong, y que aunque ahora piense que todo se ha esfumado, algo en mí habrá cambiado para siempre en esos 13 días.

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Tailandia - Laos: día 12

Hay ciertos mandamientos que todo 'farang' haciendo turismo debe respetar en lugares como el sudeste asiático: viajar con las pertinentes vacunas, mostrar respeto hacia las costumbres y usos sociales del lugar y no beber agua que no venga de una botella precintada. Apenas una hora antes de salir de Laos incumplí la tercera y mi estómago lo pagó el siguiente día y medio.

Volví a Bangkok, que me resultó el más absoluto de los caos (calor, humedad, barullo, mil sonidos...) comparado con la paz de Luang Prabang. Bangkok
Hice unas últimas compras en un centro comercial, que es otra de las cosas que no se deberían hacer si te sientes cansado o algo pachucho, porque esos lugares son una pesadilla de reclamos sensoriales, absolutamente repletas de gente.

Sobrevivo y vuelvo al piso de Lady M., donde me tiro un rato—tras el correspondiente zumo de clementina y agua de coco—antes de sacar fuerzas de flaqueza y salir a cenar con ella y una amiga a un restaurante de moda llamado Quince ('membrillo') que sirve cocina internacional.Una noche deliciosa.

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Tailandia - Laos: día 11

A primera hora me voy hasta el Palacio Real. No deja de ser curioso que un país comunista muestre la casa de sus antiguos monarcas como atracción turística. Es una pena que no se puedan hacer fotos dentro, porque hay elementos de diseño en los mosaicos y alguno de los objetos realmente destacables. Dentro del paquete también está la colección de coches reales (no muchos) y una exhibición interesante sobre monjes y naturaleza. En el exterior veo a un grupo de monjes que se hacen mutuamente fotos con un iPad y un Samsung Galaxy.

Monjes F.C.

En un viaje anterior había tomado clases de cocina tanto en Tailandia como en Vietnam, y ahora era el turno de Laos.
Mercado de fruta y verdurasLo primero es visitar uno de los mercados locales y cómo elegir lo que vamos a cocinar, incluyendo una salsa de pescado cuyo olor levantaría a un muerto para volver a tumbarlo. De vuelta al aula nos ponemos a cocinar en pares. Me toca con una enfermera alemana que lleva unos 20 años viviendo en Suiza. Hacemos un total de cinco platos y nos muestran como hacer otros tres. Algún curry, ensaladas picantes y mucho uso de ajo y berenjena. Comemos tanto que queremos explotar. Una curiosidad es que uno de los profesores nos cuenta que pese a tener muy buen café, los locales prefieren tomarlo instantáneo. No hay cultura del expresso, los bares que tienen ese tipo de máquina son muy caros para alguien de Laos y la comodidad es lo que manda.

La esquina norte

Después de tanto comer se impone un largo paseo, por la ribera del Mekong, en el que me encuentro con varios de mis compañeros de viaje. Tomo un delicioso dulce que consiste en una pasta (como un arroz con leche aún más hecho) de arroz y leche de coco que se hace en una mini sartén y queda crujiente por fuera y cremoso por dentro. Me recordó a la leche frita.

De vuelta al hotel para descansar un poco se hace de noche, y me doy cuenta de lo tremendamente limpio que es el cielo en Laos y lo lleno de estrellas que está. Es como estar en medio de un campo a varios kilómetros de cualquier ciudad.

Última noche con los chicos. Cenamos en un sitio bien, en la calle principal. Mr. A. comenta que ha conocido a un monje novicio (17 años) que ha aprendido inglés en sólo un año y que viene de una familia rural sin muchos recursos. De hecho se ha metido a monje porque así podrá llegar a la universidad. Es el último día en Luang Prabang para todos: ellos se van a hacer senderismo a un día de distancia y yo me vuelvo a Bangkok.

La noche acaba con abrazos y promesas de amistad eterna.

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Tailandia - Laos: día 10

El hecho es que el colchón está lo suficientemente blando como para que duerma unas cuantas horas seguidas, pero lo bastante duro como para que empezase a ser incómodo a eso de las cinco y media de la mañana. ¿Y qué hace uno en esos lares si se despierta a esa hora? Pues salir a la calle al alba y presenciar el rito matutino por el que los lugareños (y algún turista japonés o 'farang') ofrecen comida a los monjes de los monasterios de la ciudad, que no tienen permiso para cultivar ni para cocinar.

Preparando las dádivas

A primerísima hora se empiezan a colocar las pequeñas banquetas en las que se sentarán los oferentes, poco después empiezan a llegar vehículos llenos de turistas cargados de cámaras de fotos, y a eso de las seis y veinte aparecen los monjes (un par de cientos) para recoger las dádivas en una especie de cesta que llevan.



Para desperezarme, me tomo un desayuno a la europea (de nuevo, muy buen café y decentes bollos) en la zona antigua y luego aprovecho las horas tempranas para visitar en solitario Wat Xieng Thong, el principal templo de la ciudad, que responde con creces a las expectativas.

Paseo por el centro (no es muy grande), tomo un tentempié en forma de bola de arroz frita (como un arancini sin relleno) y me subo al monte Phousi, con unas buenas vistas de la ciudad, y luego me doy una vuelta por la zona que hay detrás del monte, mucho menos turística y con no tanto encanto.

Algas del Mekong

Me paso al otro lado del río Nam Khan y acabo comiendo en un sitio precioso pero un tanto escondido que se llama Dyen Sabai. Me pido una bandeja de entrantes variados en el que hay un riquísimo cerdo desecado con sésamo, unas algas de río similares al alga nori y adornadas con cacahuetes y hierba limonera, unas verduras al vapor y una crema de berenjena ahumada que está para chuparse los dedos.

Para volver a la zona antigua tengo que usar una barca, ya que aún no han montado el puente de bambú que une ambas zonas cuando ya ha acabado la época de lluvias.

Un par de templos más tarde me convenzo de que Buda y los mosquitos no juegan en el mismo bando: no tiene sentido que cuando más te ataquen sea justo cuando estás todo tranquilo pensando en tus cosas (meditando, que se dice) en una zona recogida del templo.

Arnaud & André

Me tomo un te en una de las terrazas y me voy al mercado nocturno a reunirme con mis compañeros de viaje. Hoy se nos unen dos franceses que habían viajado con Mr. A. durante varias semanas en China. Cenamos hasta reventar en un puesto de mercadillo que funciona como un buffet en el que llenas el plato y pagas un euro y luego vamos a una zona un tanto más occidentalizada a tomar una copa. Algunos cometemos el error de pedir un vino ("es chileno, no puede ser malo"), y lo pagamos tanto con el bolsillo como con el paladar.

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Tailandia - Laos: día 9

"Al amanecer los elefantes van a beber agua a la otra orilla del río, nos lo han asegurado". Esa era la promesa (además de lo duro del colchón) que hicieron las hermanas francesas y que nos levantó a la mañana siguiente. La falta de agua fría aceleró el proceso y un café local bien cargado nos puso completamente las pilas. Y era cierto. Aunque un poco a lo lejos, pudimos ver a los elefantes dar un paseo por la playa, y luego con sus mahouts (jinetes) subiendo la ladera.

Segundo desayuno en el pueblo y apovisionamiento de bocadillos (herencia francesa, entiendo) y nos vamos para el bote. Esta vez conseguimos sitio en la parte delantera, librándonos de la sinfonía noise del motor de la barca.

Como hay niebla y en el río refresca, saco por primera vez la chaquetilla. Esta segunda parte del trayecto por el Mekong es aún más verde, más llamativa. Pasamos varias zonas con rocas y, esta vez, hacemos numerosas paradas para recoger/dejar gente, subir/bajar mercancías, incluso para que la gente de los pequeños poblados ofrezcan todo tipo de productos a los viajeros: arroz envuelto en hoja de banana, carne a la parrilla, seda, o una mezcla de rata de agua y castor que acababan de matar. Un muchacho local que se había subido dos pueblos antes hace la compra y se arma un poco de alboroto en la barca cuando todos los 'farang' se lanzan con sus cámaras a fotografiar al bicho en cuestión.



En un momento dado se sube una familia entera (de los 80 pasajeros iniciales ya debemos estar por los 120) que saca una alfombra y se sienta en el suelo de la parte delantera. Una muchacha a mi lado tiene un tocado de Hello Kitty y unos pendientes de la torre Eiffel. Otra, que se pasa unas dos horas dormida sobre mis rodillas, se despierta ofreciéndome, a cambio, un caramelo de banana.

Poco a poco te vas fijando en que la gente en Laos tiene un aspecto más cercano a los chinos que en Tailandia, que el nivel adquisitivo parece mucho más bajo, y que es un país lleno de niños por todas partes.

Approaching Luang Prabang Llegamos al atardecer a Luang Prabang, ciudad patrimonio de la humanidad y uno de los sitios más bonitos y encantadores en los que he estado en mi vida. Otro chico portugués amigo de Mr. A. está esperándonos en el embarcadero, Mr. V. Nos separamos porque ellos van a buscar hotel y yo lo tenía reservado, pero nos encontramos luego en el Mercado Nocturno (mucho mas elegante y con mejores productos que los de Chiang Mai, aunque también orientado al turismo).

Cenamos en un restaurante con toque ibicenco (esas luces, esas escaleras) en el que tomamos una mezcla entre el hot pot chino (una especie de sopa en la que vas agregando ingredientes para que se cocinen) y la parrilla coreana (una superficie de metal con brasas en las que haces las piezas de carne) bastante resultona.

En la conversación con Mr. V. sale uno de los temas recurrentes cuando la gente se entera de que soy de España: "Oye, pues sabes hablar inglés, eres el primer español que me encuentro que lo hace decentemente", "un profesor de inglés que tuve, me comentaba que sus alumnos españoles eran incapaces de pronunciar decentemente 'breakfast', y que lo más cercano que decían era 'breast fuck".

En fin. Disfruto de mi habitación de hotel, aunque el colchón vuelve a ser terriblemente duro.

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Tailandia - Laos: día 8

Entre la gente que compartimos sitio dónde dormir (es un decir) estaban una pareja de cerca de Toronto y una chica holandesa (Miss M, a partir de ahora), además de un belga impertinente y borrachín que rondaba los cincuenta.

Después de una ducha fría (suerte que había agua) nos pasamos en barcaza a Laos. Las horas (7:30) y el hecho de que la niebla era tan espesa que no se veía la otra orilla, otorgaban al momento un toque de clandestinidad.



Tras innumerables papeleos y procesos en la frontera y con el muchacho que nos debía llevar hasta el bote (casi nos pierden el pasaporte en un momento), en el que nos tuvimos que colocar junto al motor, lo que nos dejó casi sordos por el resto de la jornada. El 90% de los que vamos (un total de unas 80 personas) somos 'farang'. No deja de ser curioso como una forma de transporte tan pensada para las necesidades locales (un bote lento que atraviesa el Mekong) se ha convertido en una atracción turística.

Mekong Postcard

Pero es que el viaje es un completo espectáculo. Ni las palabras, ni las fotos o vídeos que pueda mostrar aquí hacen justicia a la belleza del trayecto: horas y horas pasando por paisajes perfectos, las curvas del río surcando las montañas, la selva, la niebla que se adentra en el paisaje, los buffalos en las playas fluviales, los niños jugando en la orilla...

Charlo con un muchacho canadiense (tocando casi Alaska) que vive en un pueblo de 5.000 habitantes especializado en perforación minera (5 empresas del ramo en el pueblo) que dice no amar su trabajo, pero estar encantado con las ventajas (viajes como este un par de veces al año) que le da su buen salario.

La señora que lleva la 'cantina' del bote pasea para arriba y abajo del pasillo tirando bolas de arroz a un lado y al otro del río mientras murmura algo parecido a oraciones.



Tras unas seis horas y media llegamos a Pakbeng, un pueblucho en el que haremos noche. En todas las guías, foros de viajeros, etc te dicen que no hace falta reservar con antelación, que hay sitios de sobra. Pues bien: sea porque había una boda en el pueblo o por la ley de Murphy, esa noche estaba todo ocupado. Un hombre nos ofrece dormir en el suelo de su cobertizo con una tela antimosquitos y otro tipo nos ofrece una habitación a un precio 10 veces más caro que el habitual. Al final en una de las posadas (por decir algo) dejan libres alguna de las habitaciones en las que duermen ellos (o a saber quién) y nos alojan. Lujo asiático no es la forma de describir la habitación, pero algo es algo.

Allí nos encontramos con un grupo que hacía el camino inverso (subir el río desde Luang Prabang) formado por dos francesas (hijas de levantina), dos italianos y una muchacha japonesa. Como todos estábamos alojados en habitaciones no muy deseables, decidimos alargar la noche todo lo que permitía el lugar, formado básicamente por una calle que sube una colina y una pequeña zona que se mete paralela al río. Como en cualquier sitio siempre hay fiesta, al final la encontramos. Terrible lo de los combinados hecho con el "whisky de laos", un licor de arroz llamado Lao Lao del que lo mejor que se puede decir es que podía ser peor.

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Tailandia - Laos: España desde fuera

Me imagino que el Gobierno hará, de vez en cuando, algún tipo de encuesta en el extranjero sobre la imagen que tienen en otros países sobre nosotros, qué les viene a la cabeza cuando les hablan de España, etc. En mi escasamente científica experiencia en este viaje, los principales temas de conversación que salen cuando menciono mi nacionalidad, por orden de relevancia/repetición son: - La tomatina de Buñol (bien porque es muy estética o porque en algunos países tienen fiestas similares—embadurnándose de pintura en polvo, o mojándose en agua—) - Fútbol. Ahora mismo El Barça supera al Madrid, aunque los tres jugadores con más presencia de la liga española son (por orden): Cristiano Ronaldo, Messi y Sergio Ramos. También he visto muchas imágenes del niño Torres. Hay un canal de TV en Tailandia dedicado las 24 horas a la liga española. Una compatriota que vive en Bangkok me comentó que un taxista local llegó a recitarle de carrerilla la alineación del Levante. Aún así, Manchester, Liverpool y Chelsea siguen aventajando a los equipos españoles. - Independentismo catalán y vasco (muchos pensaban que era vasco por las dos 'x' en mi nombre). - La crisis económica (inevitable, supongo). - Sangría (sic). - Vida nocturna. - Comida (en general). Xx

Tailandia - Laos: día 7

Desayuno local (sopa de arroz y pollo) y dejo el hotel (y Chiang Mai) para que recoja una furgoneta que me debe llevar a la frontera con Laos. Pasamos hora y media buscando al resto de la gente en sus hoteles: alguno no está localizable, el conductor se equivoca de sitio...

Hacemos una parada en Chiang Rai para ver un templo bastante alucinante llamado Wat Rong Khun (el templo blanco), que mezcla una entrada con brazos que parecen surgir del infierno (incluso alguno agarra alguna cabeza arrancada) con un estilo preciosista. Inquietante.


Seguimos viaje y llegamos a Chiang Khong, un infecto pueblo fronterizo en el que la gente prepara ratas en al barbacoa y las ratas están cubiertas por moscas. En tan hermoso lugar nos alojan en el que, seguramente, sea el más horrendo de los hoteles. Comparto habitación con Mr A., experimentado viajero portugués que pasará un total de 8 meses en el sudeste asiático.

Habitación fronteriza

A mitad de la noche el hombre sueco de la habitación contigua le grita a su novia "oh my god! Kill it! Kill it!". El colchón era tan agradable como dormir sobre una roca y los gallos comenzaron a espabilar a las tres y media de la mañana. Una noche para recordar.

[+ info: fotos y vídeos en Flickr]


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Tailandia - Laos: día 6

El Centro Cultural y museo de Chiang Mai está centrado en la historia y cultura de la provincia. Muchas de las salas están formadas por reproducciones a escala que muestran la forma en la que se cultivaba, pescaba o rezaba en los templos. Tienen también una sala sobre la llegada del tren a Chiang Mai y su significado. Sin mostrar grandes florituras técnicas lo cierto es que resultó de lo más interesante.

Cultivando arroz

Después nos fuimos a una cárcel  de mujeres en la que las presas dan masajes tradicionales, como forma de realizar actividades y prepararse para la vida una vez cumplida la condena. Cuando me estaba marchando, un francés me pidió que le hiciese una foto con la ropa—holgada—que te ponen para el masaje. Al acabar trató de adivinar de dónde era yo y, tras dudar unos segundos, dijo "¡italiano!". Al ver mi cara acabó concediendo "¡español! Siempre os confundo". En otros momentos del viaje me preguntaron si era libanés o si era de oriente medio. Igual un libanés albino, porque ni estando buena parte del tiempo al sol conseguí ponerme moreno.

Como una sopa con unos wonton y me vuelvo a sorprender de la cantidad de ajo que utiliza esta gente. Más, incluso, que en España.

Lindo pez de río (4 metros)Lady A. regresa a Bangkok, donde tiene una boda, y yo me voy al Zoo de la ciudad. Más que el zoo en sí—me suele dar cosica ver el estado en el que se encuentran los animales—, lo que me interesa es el acuario. Lo que más me llamó la atención fue un piso en el que hay dos gigantescos túneles en los que puedes caminar rodeado (también por arriba) de los peces. En uno de ellos hay peces de río (alguno de hasta cuatro metros) y en otro peces de agua salada. También tienen algún reptil anfibio.

El tráfico en Tailandia es aún más caótico que en Madrid. Si la subida al zoo me llevó 5 min, tardo como 40 en bajar por los atascos que se montan a media tarde. Las ciudades en sí son extrañas acumulaciones de calles y edificios. Lady A. dice que es porque mientras en Europa primero se piensan las ciudades y luego se llenan de gente, en Asia primero se lleva a la gente y luego se les dice que se las apañen para ver dónde vivir.

Ceno en un sitio de fusión thai-francesa en el que tienen una French Toast absolutamente deliciosa y luego, de camino a la ribera derecha del río (que aún no había visto) me encuentro con un mercado nocturno muy distinto al Night Bazaar: este está lleno de locales (no 'farangs' haciendo turismo), hay mucha comida (incluyendo larvas a la brasa) y ropa al por mayor (mínimo llevarse tres piezas).

Ya al otro lado del río (supuestamente dónde puedes encontrar buenos clubs y restaurantes) me encuentro con más señores blancos feos y gordos con chicas jóvenes tailandesas y decido volver al centro. De camino me cuelo (había mucha gente y con disfraces, no me pude resistir) en la fiesta de un instituto. Además de guateque en algunas de las aulas había una especie de representación "fin de curso" musical en el que se mezclaban personajes sacados de un libro sobre buda con un toque de hadas Disney.

Real men Don't buy girls

Vuelvo hacia el centro y me encuentro todo el rato con la misma foto: tuc-tucs, locales de masaje, puestos de roti de banana, un 7-eleven (en Tailandia hay millones) y algún ladyboy echándome los tejos. Así cada dos minutos hasta que llego al remanso de paz que es la Ciudad Vieja. Home, sweet home.

[+ info: fotos y vídeos en Flickr]


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Tailandia - Laos: día 5

En lugar del típico desayuno local (sopa de arroz con algo de carne), hoy toca algo más europeo. El norte de Tailandia se enorgullece de su café, cultivado en las montañas del norte (el antiguo reino Lanna). Y buena razón tienen para ello, es uno de los mejores arábica que he tomado.

Una vez ingerida la dosis diaria de cafeína me doy un paseo cerca de la zona del Mae Ping y visito dos de los principales mercados diurnos: Warorot y Lam Yai. Los dos son muy similares, con un piso superior para ropa y zapatos, uno de entrada para todo tipo de alimentos (frescos, desecados, ahumados, en polvo...) y un sótano con puestos de comida. La sensación era una mezcla de "quiero probarlo todo" y "¿qué demonios será eso?". En momentos de duda recordaba la voz de mi abuela diciéndome "pásatelo muy bien, pero no hagas nada peligroso".



De vuelta al hotel me paso por la zona superior derecha de la Ciudad Vieja, que es una especie de paraíso hippie para mochileros lleno de tiendecitas, cafés y posadas con encanto a las que se accede por caminos estrechos y me tomo un té thai (mucho color, no demasiado sabor).

Cenando en Heuan Phen

A Lady A. le han comunicado que la asignan a un nuevo puesto de trabajo (en una de las TV públicas tailandesas) y lo celebramos con una cena en un restaurante un tanto finolis (no está mal comer en un sitio con techo, para variar) que parece más bien una tienda de antigüedades, pero en el que hay que reconocer que la comida estaba muy buena. En la sobremesa empezamos a montar los cimientos de nuestra sociedad hispano-thai (para abrir una empresa en el país el 51% del capital tiene que estar en manos locales) para exportar su café a Europa. Una pena no haber firmado ningún contrato en una servilleta o similar.

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